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14 de septiembre de 2010

¿Y cómo podía no sentirme enajenada hasta el olvido del presente, hasta el olvido de la realidad, cuando ante mí, en cada libro que leía, se concretaban las leyes de un mismo destino, el mismo espíritu de aventura que reina en la vida del hombre  que proviene de la ley fundamental de la vida humana y constituye la condición de su salvación y su felicidad? Esta ley era la que yo presentía, la que procuraba adivinar con todas mis energías, con todos mis instintos y casi por un sentimiento de salvaguardia. Parecía prevenirme, como si existiera en mí alma algo profético, y cada día la esperanza crecía más, mientras al mismo tiempo aumentaba cada vez más mi esperanza de entrar en aquel porvenir, en aquella vida.
Sin embargo, como ya he dicho, mi fantasma aventajaba a mi impaciencia, y a decir verdad, sólo era muy audaz en sueños; ante la realidad, permanecía instintivamente tímida con respecto del porvenir.

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